miércoles, 2 de marzo de 2016

Palabra y mito entre los awajun


Por Wilson Atamain

Abstract

La lengua para los awajun no es una mera transmisión de mensajes que involucra al emisor y receptor. La lengua deja fluir códigos de significaciones y sentimientos, modos de vida y agenciamiento de espíritu; fortalece emociones y brinda pautas para el desarrollo físico e intelectual. El mito es el predicado que hace posible no sólo el proceso de dotación del habla sino también la fortaleza espiritual de todo individuo awajun. En la pedagogía awajun, son los hombres con palabra y las mujeres según su estilo, los que pueden enseñar adecuadamente. Los chichamtin, son los hombres con palabra, característica que detentan los verdaderos jefes, fueron y siguen siendo los que ponen en práctica la afirmación del lenguaje, otorgando el legado de la lengua a la nueva generación. No obstante, un futuro incierto amenaza con perder este legado por lo que repensar la palabra, por extensión, la lengua es el reto que afrontan el pueblo awajun.

Palabras claves: Palabra, mito, lingüística awajun, lengua materna, pueblo awajun.

En la oscuridad de la noche cuando el sol ha posado sus últimos rayos, se inquietan los arboles con el soplar de los vientos tenues que agitan las hojas y gradualmente casi todo enmudece como por alguna fuerza que confluye en común acuerdo de reposo efectuado por los seres vivientes. Solo el canto petrificante de un búho que ronda en la oscuridad de la noche, algunas ranas que emiten un croar tan profundo como si estuvieran programados para infundir miedo y los grillos que acompañan con sus sonidos como si se tratase de una composición lúgubre destinada a penetrar el alma con una dosis de miedo y terror, se oye en lo profundo de la selva. La cama en que los pequeños están acurrucados ofrece un seguro casi precario, pero mejor que nada frente a los peligros que trae consigo la oscuridad de la noche. El fuego que se encuentra en la parte central de la casa, se apaga a medida en que se consume la brasa y la madera, la oscuridad pronto ronda en todo y no hay forma de ver el entorno. Los pequeños niños se envuelven con la cubierta de una sola pieza y se quedan quietos más por susto que produce el entorno que por guardar silencio durante la hora de dormir. En casa el grupo familiar está constituido por los padres, sus tres hijos y una hija casada y los tres nietos (hijos de esta última hija). De acuerdo a la práctica tradicional awajun, la residencia de un grupo familiar se establece a más de medio kilómetro de distancia respecto a otro grupo familiar, por lo que el silencio es tan amplio. Debido a que los awajun consideran que el espacio amplio es necesario para el desarrollo del grupo familiar, prefieren evitar la cercanía y el relacionamiento entre grupos familiares son poco frecuentes y se efectúa en tanto sea considerablemente necesario.

Una y otra voz casi de murmullo se escucha cada cierto tiempo, pero las conversaciones a voz fuerte semejantes a las que se dan durante la luz del día, por regla general no se efectúan. Y, entre los residentes, uno de los hijos adolescentes pide a su padre que narre un mito. ¿Por qué el mito? Dado que los relatos cotidianos por regla general se dicen durante el día, antes del ocaso del sol y los asuntos serios se dicen en la tranquilidad de la noche o rayando el alba, al amanecer como veremos más adelante. Sabemos por diversos estudios en antropología que el mito, es para los “primitivos”, la llave que abre las puertas que conducen a la riqueza ancestral, donde discurren saberes y conocimientos, valores y normas de vida y, sobre todo, hace fluir el pensamiento y la imaginación a insondables destinos. 

De pronto, el gran jefe de familia, produce un sonido ronco entre la garganta afinando de este modo la voz para así iniciar la narración de un mito. El jefe dice: “Nugkui augmáttsatjai”, contaré el mito de Nugkui, y a continuación inicia la narración con pausas para explicar con detalles aspectos que considera necesarios e importantes. La voz del jefe encierra una sabiduría, una lección y una forma de comunicación de la ciencia de los ancestros; aquí se produce un verdadero movimiento de transferencia y traslado del pasado hacia el presente, el mito es su predicado, la llave que abre las puertas que conducen al universo cultural awajun. No es una mera acción comunicativa donde asisten como en un teatro, los actores y el auditorio, dicho de otro modo, el emisor y el receptor; por el contrario, encierra una fuente inagotable de significados y sentimientos que conectan con el oyente -el mito del Iwash, el espíritu del bosque, pone los nervios de punta-. Los “salvajes” hacen uso del mito como si se tratase de una gran biblioteca cuyos libros siempre están abiertos y emanan conocimiento, agenciamiento, sabiduría y significaciones. Por ejemplo, el mito de Etsa, es un mito de tipo ambiental pero también de tipo político; muestra como los jibaros se organizan y disponen sus tierras y tejen las relaciones sociales (la familia y aliados por un lado y por el otro a los enemigos y los no conocidos). También, el mito del Jempe, el picaflor que dotó a los hombres con el fuego, hace referencia no solo del fuego sino de la dimensión de la humanidad presente en los animales (en aquel entonces los seres que habitan la tierra y el universo eran hombres). Cada mito es como un libro y según su temática y contenido tiene algo que decir, conecta con el individuo -con el oyente o receptor-, canaliza significados y sentimientos, valores (esfuerzo, valentía, caridad, etc.), política, religión, economía, entre otros. 

Y, ¿Por qué el jefe o el hombre mayor es el indicado para referir los mitos? En la cultura awajun, los jefes tienen el poder de la palabra, pero ese poder no es una simple cualidad que pueden detentar los hombres: se adquiere ese poder en tanto se ha adquirido la visión del ajutap. El hombre visionario del ajutap es el hombre que tiene palabra, es poseedor de la palabra. Y, ¿Qué acerca de la palabra de los demás hombres y de las mujeres? Siendo este la naturaleza de la lingüística awajun que efectúa una clara división de aquellos que tienen palabra y los que no la tienen, cualquier ser humano puede hablar, pero no todos pueden detentar poder en la palabra. Solo los waimaku, los hombres visionarios, pueden ser “escuchados” porque su palabra lleva consigo ese poder oculto que podemos conocer pobremente en nuestro lenguaje como legitimidad. De hecho, en awajun chicham es palabra y la misma raíz se usa para designar a la persona que tiene ese poder de la palabra, chichamtin es el que tiene la palabra, el que posee buena habilidad en la oratoria, el que habla sin miedo. Se suele también decir, chicham antugtai, persona cuya palabra es escuchada, describe a la persona cuya palabra se escucha porque no es cualquier palabra, porque es palabra del jefe, palabra del hombre visionario, palabra legítima. Al parecer es una división cruel y excluyente pero no lo es en tanto que los hombres con palabra no usan su palabra para anular a los que no la tienen, o mejor, dicho de otro modo, la palabra del jefe no sirve para ejercer violencia sobre los demás miembros del grupo familiar; por el contrario, la palabra del jefe está al servicio de los demás por cuanto es palabra con poder y legitimidad. Tener la palabra no solo es asunto de poder, contiene obligaciones y responsabilidades: el jefe debe responder a las exigencias del grupo familiar, debe responder ante la demanda del joven adolescente “Apawá, augmattai augmattsatae” (“Padre. Cuéntanos un mito.”), su disposición para responder con un “Ayúu. Augmattsatjai…” (De acuerdo. Contaré…) siempre estará marcado con una dosis de paciencia y su capacidad en la oratoria (el jefe afina la garganta y se prepara antes de su narración); el jefe debe dejar abrirse como una gran biblioteca y dejar discurrir la ciencia de los antepasados, la historia, la sabiduría y los principios que mantienen unidos al grupo étnico. En otros términos, el jefe hace discurrir para el grupo familiar significaciones y códigos semióticos, deja pasar sentimientos, permite discurrir el código genético de tipo cultural. Dado que el mito no es un mandato todo se deja discurrir, en su paso configura sentimientos, inunda el espíritu, genera afectos, genera sensaciones y pone los bellos de punta.  

La oscuridad de la noche es un espacio y medio donde la palabra fluye y el lenguaje es asimilado por los más pequeños y los demás miembros del grupo familiar. Son los hombres, para ser más precisos, es el jefe del grupo familiar el que tiene el monopolio de la palabra en la noche, la esposa quien duerme a lado del jefe-marido en el lecho marital, dado que otras veces el esposo-jefe duerme a solas en una cama de uso exclusivo, algunas veces habla con voz de timbre bajo para no cortar la comunicación del jefe y lo hace para acotar algún detalle que el jefe puede omitir o también, cuando el jefe le pide que le recuerde algún aspecto del mito que no recuerda con claridad. Esto no es casualidad, obedece a una división sexual del tiempo, semejante a la división sexual del trabajo en la economía awajun, aunque ambos resultan complementarios, las tareas específicas son exclusivas: por regla general los hombres tienen la noche a su disposición, la noche pertenece al hombre por así decirlo, mientras la mujer puede desenvolverse libremente durante la luz del día, en esencia y siguiendo esta lógica podemos decir que la mujer es ser-para-el-día. La única excepción es que el día no es exclusivo para la mujer, los varones también lo comparten sin ninguna restricción. En tanto ser para la noche, los hombres se internan en los bosques para las jornadas de caza, ya sea en grupo o solitarios van en busca de animales nocturnos como algunas especies de monos, armadillos, pecarí y otros animales. En tales jornadas, si se efectúan a distancias largas, tomarán días de viaje por lo que la compañía de las mujeres es necesaria, pero, aun así, la mujer permanece en la cabaña construida precariamente para pasar la noche, provisto de fuego para espantar los animales peligrosos como el jaguar y las serpientes. Siguiendo esta regla, la mujer no debe andar a solas en la oscuridad de la noche, se dice que los demonios las pueden raptar, que los espíritus pueden hacer daño y varones extraños pueden intentar estar con ella.

La palabra del jefe se pronuncia también al amanecer, es el tiempo ideal para anunciar a los hijos las normas de convivencia familiar y del grupo étnico. El jefe se levanta y enciende el fuego que se ha consumido durante la noche. Primero debe preparar el momento antes de pronunciar su discurso largo y no por eso exento de sentido. Una vez preparado el fuego, el jefe se sienta en su asiento denominado chimpui, un asiento exclusivo para los varones y de entre los varones de la casa es también exclusivo solo para el jefe. Con la espalda descubierta, está sentado de espaldas respecto al fuego, cuyas llamas se avivan y se vislumbran los cuerpos, aunque algo borrosos, el jefe se dirige a los miembros de la familia con potente voz y habla sobre las normas de convivencia, la forma en que los ancestros vivían, lo que se espera de todo joven y mujer. A continuación, habla acerca de las fortalezas del verdadero hombre, un hombre pleno debe ser waimaku, debe tener visiones, debe ser fuerte física y emocionalmente, fuerza de espíritu y fortaleza física. Estas dos dimensiones están unidas, lo físico y el espíritu del hombre deben ser fortalecidos. Un no-waimaku, no tiene palabra, un no-waimaku no tiene valor para afirmarse, un no-waimaku no puede disuadir a los demás con su palabra. Terminado el discurso, el jefe prepara el waís, una especie de mate que los awajun preparan como infusión para su profilaxis y limpieza del estómago. Cuando la infusión está lista se sirve aún caliente en los recipientes agkúnip, invita a los hijos a tomar de la infusión y se dirigen fuera de casa para gargajear y vomitar las impurezas del estómago. Finalmente, el jefe se dirige al río, los hijos también le siguen, donde se dan su merecido baño matutino.

En el extremo opuesto se encuentra el ser-femenino, la mujer experimenta también una forma particular de waimamu, también ella puede ser dotada de visiones. Diremos pues, que, a su estilo, la mujer awajun es una mujer de coraje, una mujer fuerte pero delicada en el trato, en especial de sus hijos, con tacto para la educación y disciplina de los hijos. Ella es la responsable de enseñar a sus hijas y anima a los hijos a seguir las pautas que el padre-jefe refiere a los varones. Tratándose de un pueblo de guerreros, no es sorprendente ver a las mujeres compartir los mismos principios de valor y coraje frente, su apuesta por la libertad que hará prevalecer, pero todo ello, muy a su estilo, diríamos al estilo femenino. Dado que su responsabilidad de enseñanza va dirigida a las hijas, la carga familiar es compartido con la contraparte masculina, los esposos se encargan de la educación de sus hijos.

Ahora bien, la función de la palabra va más allá de la acción comunicativa. En la lingüística awajun, la palabra es el sujeto y el mito su predicado, ambos conforman el motor que hace posible la formación y educación awajun, una pedagogía integral donde se reconoce no solo el desarrollo físico del ser-animal sino también el desarrollo espiritual, dimensiones que los “Salvajes” habían sondeado desde el principio de los tiempos. El cuerpo-físico puede desarrollarse y crecer, para ello es necesario solamente el suministro de alimentos; la otra dimensión es el espíritu, esta dimensión requiere alimentarse mediante la disciplina constante para su desarrollo. Para el desarrollo físico no hay nada más que discutir, en asunto del espíritu el desarrollo es mucho más complejo: el espíritu se fortalece cuando el conocimiento ha discurrido en el sujeto, cuando se produce un agenciamiento entre el ser-sujeto-espíritu y la visión del ajutap (espíritu del ajutam, fuerza del antepasado, fuerza de la naturaleza o fuerza cósmica), esto es el devenir Uno entre el espíritu del sujeto y el espíritu del ancestro o fuerza del universo. Se trata de un agenciamiento en el plano de la física cuántica, el espíritu de un sujeto se hace uno con la fuerza exterior a él, partículas moleculares que le dan sustento y conforman una alianza. El espíritu de una persona es inundado por esa fuerza exterior a él y se produce el nacimiento del hombre waimaku, el kakajam, el hombre visionario, el hombre valiente. Siendo así, ¿Cuál es la función del mito? Palabra y mito, impregnan en los hijos las partículas moleculares de lo que será el ser-social en su futuro, o mejor, dicho de otro modo, la palabra y el mito imprimen en la genética del ser la cultura, los códigos semióticos, pero también lingüísticos, sentimientos y sobre todo prepara al sujeto en su búsqueda de fortaleza de espíritu. He aquí la importancia de la pedagogía awajun en el proceso de formación de los hijos: considera la formación integral del sujeto.

En la actualidad, los jefes cuyas palabras impulsaban el desarrollo del grupo familiar ya no están y su número va en decadencia. Las practicas afirmativas de la cultura y su riqueza se van abandonando en pro del supuesto desarrollo educativo impulsado por el sistema estatal. La voz de los grandes hombres con palabra se está apagando frente a una nueva generación de jóvenes padres que no conocen ni un solo mito y menos las practicas orientadas a la formación física y espiritual de los hijos e hijas del grupo familiar. Para la educación awajun, la lengua materna no solamente se limita a la dotación del habla sino de la formación plena del ser donde se involucra el sentido de etnicidad, la cosmovisión de un pueblo, la disciplina y fortaleza espiritual, etc. Y, para el caso awajun, contraviniendo el postulado de la lingüística, diremos que se trata de la lengua materno-paterno, dado que se trata de postulados especializados, de formas integrales pero diferenciados, marcados y divididos por lo femenino y masculino. Esto es así, porque para los awajun existe la palabra de las mujeres y la palabra de los varones, existen normas y pautas que regulan este mundo diferenciado, pero también puentes que comunican.

Mientras tanto, un futuro incierto se disuelve en el flujo genético y el espíritu del pueblo awajun: con el abandono de las prácticas de comunicación mediante la palabra, con el ocaso de los grandes hombres waimaku, el clima de inseguridad se cierne en todas partes. Pensar la importancia de la palabra, lo que aquí entendemos como lengua, es pensar en los cimientos donde se erige el intrincado universo cultural awajun. El pueblo awajun debe considerar seriamente lo que los hombres con palabra nos revelaron: “se puede matar el espíritu del cuerpo y exterminado el espíritu, el hombre queda sin puerto y vacío”.


Acerca del Autor

Wilson Atamain es antropólogo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, es el primero de origen awajun que ha podido concluir satisfactoriamente su carrera profesional en dicha casa de estudios. Actualmente radica en el norte de Perú donde efectúa labores relacionadas con la antropología política y jurídica.

Foto de portada: Marco Huaco Palomino.


2 comentarios:

  1. Muy interesante, me gusta, vale rezaltar la responsabilidad de educar a los hjos e hijas está bajo la responsabilidad de la pareja, en el campo emocional, intelectual, espiritual de una manera integral basado de la naturaleza, los mitos, leyendas y sueños y el cosmo.

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  2. Tenemos una gran riqueza, nuestra filosofía lo tiene todo!!

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